jueves, 8 de diciembre de 2016

MÉDULA De la fosa común al panteón forense Por Jesús Lépez Ochoa


Lo ideal sería que nadie necesitara un sepulcro anónimo, pero ante la violenta realidad de nuestro país y nuestro estado, lo menos que se puede conceder a una persona cuyos restos no son reconocibles o no han sido reclamados por sus familiares, es darle un sepelio digno.

No hay peor dolor para el ser humano, que la incertidumbre sobre el paradero de una persona querida. La desaparición forzada es uno de los más crueles actos de inhumanidad.

Nadie querría para sí mismo terminar en una fosa común mientras su familia sufre la pena y la impotencia de no poder reconocerle, recorriendo morgues para ver cadáveres en descomposición y osamentas, aumentando el dolor y la pena con la interrogante constante: ¿Será o no será?.

Es totalmente entendible que las familias de personas desaparecidas clamen justicia, y por supuesto, la posibilidad de una identificación plena de sus familiares para tener el consuelo de haberlos encontrado y saber dónde llorarles y llevarles flores. ¿Quién en su lugar no lo haría?

Pero también, es comprensible que ante el problema de salud que representa tener 460 cuerpos en descomposición en los servicios médicos forenses de Chilpancingo, Acapulco e Iguala, la autoridad deba trasladarlos a algún lugar.

Lógico, el traslado esta semana al Panteón Forense, afectó la sensibilidad de quienes no han podido identificar a sus familiares entre esos cientos de cuerpos, por la esperanza que tienen en que uno de éstos pudiera tratarse de la persona que buscan y el natural miedo a que pudiera perderse información que en un futuro les permitiera el reconocimiento.

En ese sentido, el Panteón Forense ofrece una mayor garantía que una fosa común, o que conservar los cuerpos en una morgue a la que a diario llegan más restos.

El tener gavetas individuales facilita su localización, la inscripción de los datos y hasta la exhumación en caso de que ésta sea ordenada por alguna autoridad para la práctica de nuevas diligencias que permitan incluso saber más sobre la identidad de cada cuerpo.

Lo ilógico de la inconformidad, es que precisamente pensando en que uno de los cuerpos por alguna razón no reconocibles pudiera ser de un familiar, alguna persona se oponga a que se le conserve en un espacio más digno que los frigoríficos del Servicio Médico Forense o que una fosa común. 

Y si no fueran familiares también. No hay por qué negar a quienes ya fueron víctimas de espantosos homicidios el que sus restos descansen en paz y con dignidad.

El traslado de cuerpos a las gavetas de ese lugar no es sólo un acto de humanidad como lo definió el gobernador Héctor Astudillo, es también parte de la responsabilidad oficial de proteger la salud de quienes habitan alrededor de donde se ubican las morgues, y de la modernización que la práctica forense debe tener en el estado.



jalepeochoa@gmail.com