domingo, 18 de septiembre de 2016

CARTAS DESDE CHICAGO/Amnistía popular ROGELIO FAZ.


La separación familiar es una de las más amargas experiencias del ser humano, sobre todo tratándose entre madres e hijos (as). Las que ejecuta la migra en Estados Unidos, o en cualquier otra parte del mundo, es desgarrador e inhumano. Sin embargo, los separados buscamos culpables para justificar ciertas acciones.
 
Los inmigrantes mexicanos hacia Estados Unidos desde hace más de setenta años, nos demuestran que la separación “original” no es precisamente por la “migra”.  

En aquel entonces la separación se convirtió en tradición de  abuelos a padres cuando dejaban a sus esposas, hijos, hermanas, hermanos y demás parientes en la tierra de la malinche para irse al norte. 

Con este comentario no quiero referirme a la responsabilidad jurídica o a la justificación de sobrevivencia. Pero si tratar de ubicar el origen de nuestra separación familiar para que los demás la comprendan.  

En aquellos años remotos era común ver lágrimas en las casas cada que partía el padre al extranjero con la promesa de mandar unos dolaritos y la esperanza de regresar para siempre. La verdad es que si bien les iba regresaban cada año.

Cuando lo hacían era para repetir la misma escena de lágrimas. Hasta que los años se los impidió para nunca adaptarse. Otros ya tenían una segunda vida (esposa e hijos) y acabaron por nunca regresar. Era la separación total.

Conforme iban aumentando los que imitaban a los padres y comprendieron lo difícil que era regresar a los “iunaites”, optaron por cargar con todo el ‘paquete’-familia-. Aun así se dejaba al resto de parientes atrás para acabar casi completamente separados y desterrados. 

En la vida hay otras separaciones, como el casarse, buscar horizontes de profesión. Lo cual Implica dejar el barrio, a los amigos y todo eso a lo que se tiene apego.

La separación o el desprendimiento es una circunstancia natural de la vida y hay que enfrentarla conforme se presenta, así sea la muerte; que es el ejemplo más doloroso o el más piadoso.

Pero los inmigrantes hemos estigmatizado ese sentir de separación de manera convenenciera y en ocasiones la convertimos en carta de presentación: de dolor y amor eterno; peregrinar por la vida y contra la vida, haciendo responsables a los demás de nuestra suerte. Algo si como: yo solo soy una circunstancia que los demás deben de entender y aceptar.

En Chicago se han dado casos que sirven para ilustrar este sentir. Como cuando las autoridades de la ciudad anunciaron el cierre de escuelas públicas para fusionarlas a otras, supuestamente por razones de presupuesto y aprovechamiento escolar. Los medios transmiten en español  y entrevistaban a los protagonistas como a los maestros, sindicalistas y autoridades municipales.  

También entrevistaban a los menores agarrados de la mano de su mamá. Un reportero preguntó a una menor: ¿ahora que cierren esta escuela vas a extrañar a tu maestra? En seguida la niña se soltó en llanto inconsolable afirmando que sí, mientras la madre también mostraba emociones a flor de piel. El reportero haciendo su trabajo acercaba el micrófono a la menor mientras que el camarógrafo le hacía un “close-up”. Era una escena desgarradora. ¡El sistema hace infeliz a los niños!

Claro que es doloroso separase de los seres queridos, amistades, maestros, compañeros de escuela, etcétera. Salvo, como en este caso, que cada año escolar se cambia de maestra o maestro y la niña pasaba de primaria a “middle school” (de acuerdo al sistema escolar estadounidense), a otra escuela antes de ir a “high school”. Su angustia no obedecía a una circunstancia real.

Enfrentar una realidad natural de la vida aunque sea dolorosa es parte de la educación, pero otra muy diferente manipular sentimientos que nos exhiben como si viviéramos enajenados. 

En el caso de separación familiar por la migra, con sus razones y crueldades, como son los casos de menores separados de sus padres, o a la inversa que para el caso es lo mismo ¡todos somos indocumentados mientras no tengamos, todos, papeles!

Como no podemos hacer culpables a la migra del ‘pecado original’ de nuestros abuelos o padres por ser ‘mojados’, tampoco podemos pedirles a los nietos o bisnietos que odien a los que no entienden las circunstancias por considerarnos ‘irregulares’. Un chance que uno se tomó.

Esa táctica de conmover a los escépticos con una “amnistía popular” no ha funcionado, en parte porque parece queremos convencer con argumentos emocionales y lloriqueando por la maestra querida o abuelita a la que nunca hemos visto. O con aquello de ¡oh my God! ¡Me iba a graduar de abogado y no sabía que era indocumentado!