miércoles, 22 de enero de 2014

EL BRINCO DEL CHINELO Isaías Alanís Trujillo

Durante las fiestas del Carnaval en el Pueblo Mágico de Tepoztlán, Morelos, este personaje luce sus originales máscaras mientras danza al compás de la música. ¡Sé testigo del brinco del chinelo!

El pueblo de Tepoztlán rebosa de tradiciones, fiestas y leyendas que se pavonean bajo la noble mirada del Tepozteco y sus acólitos, el Tlahuitépec (cerro del Tesoro), el Hecatépetl (los Corredores) y el Cematzin (cerro de la Manita). Sus habitantes se enorgullecen del renombre casi místico que posee esta región, y aquellos que conozcan el lugar sabrán que bien se lo ha ganado.

Los visitantes encontrarán el “Lugar de las piedras quebradas” (Tepoztlán, en lengua náhuatl) a 74 km al sur de la Ciudad de México, en el estado de Morelos. Su atracción más famosa es sin duda alguna el Templo de Tepuchtécatl, erigido en lo más alto del Tepozteco, en honor del dios Ometochtli (Dos Conejo).

El ascenso al Tepozteco es intrincado y dura alrededor de una hora, pero al llegar, la majestuosa vista del pueblo de Tepoztlán hace que el esfuerzo bien valga la pena.

Entre las numerosas fiestas tradicionales de Tepoztlán se encuentra “el Brinco del Chinelo”, un baile que ha logrado mantenerse con pocos cambios desde hace más de un siglo, y que se ejecuta en varias ocasiones durante todo el año, aunque la fiesta de donde se originó y la más popular es el Carnaval (que este año se celebrará del 18 al 21 de febrero).

Para poder recibir a los miles de visitantes, Tepoztlán cambia de sitio su famoso tianguis, ubicado en la calle principal, y dedica ese espacio a “la feria”. Cientos de puestos multicolores invaden las calles, ofreciendo todo lo necesario para divertirse en grande. El domingo de Carnaval por la mañana, ya que todo se encuentra listo para la fiesta, los rostros de los habitantes reflejan un aire solemne, pues aquí las festividades se llevan a cabo siempre respetando las tradiciones de convivencia.
El día del baile

Ya amanece sobre el Tepozteco, pero en este domingo de Carnaval los participantes le ganaron al sol. El mayordomo de la comparsa Anáhuac da de comer y beber a sus bailarines, mientras que los músicos amenizan el momento con animadas piezas. Él nos muestra con orgullo el estandarte de la banda del barrio de Santo Domingo, que iniciará la marcha ritual por las calles del pueblo. Es el turno de los músicos para sentarse a comer, mientras que poco a poco los danzantes ultiman algunos detalles de sus trajes.

“Hace algunos años habían muchos más danzantes, pero es tan alto el costo de los trajes de chinelo y tan difícil la situación económica pero no nos rendimos, hay que conservar las tradiciones”, nos comenta el mayordomo, no sin antes entrar a su casa y sacar su traje: primero un paliacate para cubrir la cabeza, otro para los hombros, luego un sombrero de palma cubierto de terciopelo que se ensancha hacia lo alto, con bordados aztecas y pompones que se moverán durante el baile. Un hiladillo con perlas de plástico, pegadas unas con otras, cuelga alrededor del sombrero.

Ahora saca el vestido, hecho de terciopelo negro, largo hasta los pies, con un borde de blondas de seda en la orilla de las mangas y alrededor del cuello, complementado con una ancha capa bordeada que cubre la espalda; este volantón, confeccionado casi siempre por el mismo danzante, muestra una faceta de la personalidad del que lo porta. Luego el mayordomo nos muestra un par de largos guantes blancos, y finalmente aparece la máscara, que le dará un toque cómico al personaje. Es la cara de un hombre blanco, con las mejillas exageradamente sonrosadas, con grandes ojos azules y una larga barba puntiaguda hacia arriba que le hace parecer un moderno Don Quijote.
Son casi las cuatro de la tarde. La comparsa está lista y la energía inunda el ambiente; dos chinelos elevan la bandera: es la señal. Da inicio entonces la célebre procesión. Los músicos comienzan a tocar sus instrumentos de aire y de percusión al ritmo de la marcha, levantando así los ánimos a lo largo del trayecto hasta la plaza principal del pueblo, donde los espera una multitud expectante. Mientras más se acercan a su destino, más crece la cantidad de participantes.

Al llegar a la plaza, las comparsas, que representan a cada barrio, luchan por aparecer en primer lugar frente a un público que brinca de impaciencia. Al ritmo de la música y siempre alineados, los chinelos intentan ejecutar con todo orden y al unísono una serie de pasos, a pesar de la multitud. Dan una o dos vueltas a la plaza, en espera de que las últimas comparsas se unan al círculo, lo que provoca una verdadera cacofonía. Posteriormente surge el silencio y los músicos interpretan piezas más dulces que sirven a los hombres como excusa para invitar a bailar a las mujeres más bellas del pueblo.

Pero cuando explotan varios cohetes es hora de iniciar la tradicional danza que durará largas horas. El “brinco” consiste en saltar ágilmente con la punta de los pies, desencadenándose ligeramente para dar la impresión de ser títeres manipulados por hilos. Los danzantes saltan con energía y avanzan dando vueltas con lentitud, a la manera de los incansables brincadores chinelos, que resisten al calor y aguantan sus pesados sombreros desde ya hace largas horas.

Si el lector tiene ánimos de fiesta y quiere desahogarse bailando durante el próximo Carnaval, le sugerimos unirse a este baile de ilimitado placer.

El “brinco” sirve para sacar las tensiones y escaparse. Los chinelos bailan en grupo, cerca uno del otro, se dan energía entre ellos. Cada uno tiene un estilo propio que desarrolla desde su niñez, y cada día de Carnaval aumenta su intensidad en el baile, entrando cada vez más en el juego.
El origen del chinelo

Se dice que el chinelo es el símbolo de la identidad morelense. Aunque es en el pueblo de Tepoztlán donde existe mayor oportunidad de encontrarlo, el chinelo está presente en muchos otros pueblos de Morelos, como Yautepec, Oacalco, Cualtlixco, Atlahuahuacán, Oaxtepec, Jojutla y Totolapan, así como en ciertos pueblos del estado de Puebla. No obstante, se sabe que surgió en el pueblo montañoso de Tlayacapan.

Según la Casa de la Cultura de Tlayacapan, fue en 1870 cuando un grupo de jóvenes nativos del lugar, cansados de verse excluidos de las fiestas de Carnaval, ya que ellos mismos debían respetar el ayuno de cuaresma, organizaron una cuadrilla, se disfrazaron con ropa vieja tapándose la cara con un pañuelo (o pedazo de manta) y empezaron a gritar, a chiflar y a brincar por las calles del pueblo, burlándose de los españoles. Esta improvisación tuvo gran éxito, se rieron y hablaron mucho de ella, tanto que al año siguiente se organizó de nueva cuenta.

Es así como tomó forma el personaje de los “huehuetzin”, palabra náhuatl que significa “persona que se viste de ropas viejas” (todavía algunos chinelos usan esta palabra para llamarse entre ellos). Año tras año, a medida que se hacía más popular, la fiesta se ritualizaba y el personaje evolucionaba gradualmente. Para representar a los españoles se les añadieron barbas a las máscaras y apareció el nombre de chinelo.

Quién sabe realmente cómo se construyó la indumentaria del chinelo, pero en la forma del atavío y del “brinco” mismo se advierte el sincretismo de la vieja danza de moros y cristianos, con los “axcatzitzintin” (axcatzitzintin: rito prehispánico que significa “brincar a gusto”). Sabemos también que la palabra chinelo viene de la palabra náhuatl “tzineloa”, que quiere decir “meneo de cadera”.

Algunos dicen que la danza de los chinelos y el recorrido que hacen las comparsas al principio del rito representan la peregrinación de los aztecas antes de fundar la ciudad de Tenochtitlan. Durante su peregrinación los aztecas tenían que cargar sobre la espalda el maíz y otras mercancías hasta Tenochtitlan. Por ello para representarlos casi no movían la parte superior del cuerpo y sí los pies y las caderas.


Antes de escenificar la peregrinación con el chinelo, los indígenas la hacían con el rito de los “axcatzitzintin”, que consistía en ir de pueblo en pueblo cosechando granos y flores y capturando mariposas, para posteriormente utilizarlos como adornos en sus disfraces, y al llegar al pueblo se ponían a bailar o a brincar. De esta manera se difundió el paso de “el brinco”, hasta llegar finalmente a la forma que ahora conocemos.