jueves, 26 de septiembre de 2013

La Montaña y sus contrastes. Dr. Floriberto González González

Floriberto González González

Cuando llegué a la Montaña en enero del 2013, con el nombramiento de
Rector de la Universidad Intercultural del Estado de Guerrero, no
tenía ni la menor idea de adónde había llegado. Recuerdo que en una
ocasión, el Mtro. Amadeo me la sentenció: "Cuando conozca bien la
Montaña, se va a enamorar de ella". No le creí. ¿Quién se podía
enamorar de un lugar tan agreste? Para donde se voltee a ver solamente
se ven montañas, pero demás se supone que la modernidad y el
desarrollo nos dictan lo contrario, de la montaña a la ciudad y no al
contrario. Hoy lo estoy pensando.

Era enero, verdor por todos lados, amaneceres y ocasos mágicos, frío
que calaba por la noche, y vientos nocturnos con lenguajes
indescifrables. Pero llegó el verano y sus calores, que me alcanzaron
por todos los rincones. El verdor fue desapareciendo y los tonos café
oscuros y la piel desnuda de la montaña salió a flote. Daba tristeza
ver lo erosionado de la tierra, los caminos y brechas que la surcan
como cicatrices, para comunicar a las comunidades desperdigadas en
medio de tanta soledad. Junto con los calores de verano, llegaron los
incendios, algunos naturales y otros provocados, que la envolvieron en
un manto gris como de muerte. Por fin llegaron las lluvias que poco a
poco recorrieron ese manto gris para dar paso de nuevo a la vida, y
por primera vez ví llover a chorros todos los días, el Mtro. Renato me
advertía: "Aquí sí sabrá lo que es llover con ganas y todos los días".
Tampoco le creí. Hoy ya ni siquiera lo dudo. Será por eso que les
dicen a los Tuun Savi, los hijos de la lluvia. Ni se inmutan con tanta
lluvia.
Y en medio de todo esto, salí el sábado catorce de septiembre por la
mañana con un grupo de alumnos rumbo a Pueblo Hidalgo, para asistir a
la XI asamblea de los pueblos. No llegamos a nuestro destino, un
derrumbe nos impidió el paso y nos regresamos. Ellos, se fueron de
nuevo a la Universidad, yo por la costa a Chilpancingo. Ambos llegamos
a nuestro destino por la tarde noche, ellos caminando porque la urvan
se quedó a medio camino, yo viendo el carril contrario de la autopista
llena de turistas rumbo a Acapulco, seguramente a pasarse el grito
viendo la pelea del Canelo, sin saber la tragedia que se avecinaba.
Nuestras autoridades brindaban, mientras la muerta acechaba al pueblo
de Guerrero. Lo que siguió, todo mundo lo sabe: destrucción, muerte,
caos. Pero viene lo peor, el éxodo de los pueblos que se quedaron sin
nada, y la hambruna que nos azotará a todos. De esto que viene, nadie
nos está alertando ni tomando las prevenciones necesarias, ojalá y lo
salvemos a tiempo, antes de que sea demasiado tarde.




Montaña de Guerrero, 25 de septiembre del 2013.