domingo, 25 de agosto de 2013

Entre la verdad y la ficción LA DECADENCIA FÍSICA Y MORAL DEL SER HUMANO Por Jorge Luis Falcón Arévalo*

“Este mundo visible contiene una lección acerca del mundo invisible.”  -Orígenes-

Cuando se analiza un proceso de cambio social de la humanidad. Del hombre y la mujer, es preciso responder a ciertas preguntas: ¿Qué es lo que cambia? ¿Cómo cambia? ¿Cuál es el ritmo de cambio? ¿En qué dirección se produce? ¿Cuáles son los factores objetivos y subjetivos del cambio?

El hombre es una especie en decadencia o también podríamos decir una especie en vía de extinción y no por su gran progreso, sino por la forma en que progresamos. El hombre con el pasar de los años se ha visto rodeado de cambios que han influido mucho tanto en el ambiente como en la sociedad buscando mejorar la calidad de vida.

Al igual que Soren Kierkegaard, Federico Nietzsche fue un apasionado defensor de la individualidad. Ello lo diferencia de Marx, quien criticaba a la sociedad moderna pero desde una visión colectivista.

El hombre se descubre como aquel que valora, aquel que da sentido. La vida tiene el sentido que nosotros le damos y en ello reside la grandeza del hombre. Ya no podemos hablar de un bien y un mal objetivos. Por eso, en “Así habló Zaratustra”, su obra más famosa, el personaje central es el predicador persa que siete siglos antes de Cristo enseñó que había un principio del bien y un principio del mal. En la obra, Zaratustra viene a enmendar su error, a decirnos que no hay un bien y un mal en sí mismos. El bien y el mal son lo que nosotros hacemos que sean, pero nosotros estamos "más allá del bien y del mal".

“El sujeto no pertenece al mundo, sino que es un límite del mundo.”  Señala en “Tractatus”, Ludwig Josef Johann Wittgenstein. Según Wittgenstein el mundo es una totalidad de hechos y no de cosas. Por supuesto, hay cosas, pero el mundo lo componen los hechos que acaecen con o a esas cosas. El hombre es hecho y deshechos. La mujer es la masculinidad que aún no quiere desaparecer.

Por lo tanto es condición para que exista el mundo es trascendental. El yo metafísico no coincide con el yo que se ofrece en nuestra experiencia: el que se ofrece en nuestra experiencia es el yo empírico tanto el yo físico, como el yo psicológico, puede ser estudiado por las ciencias empíricas, y no es esencialmente distinto a las otras cosas del mundo.

Es verdad que Sócrates es un racionalista. El hombre corriente ateniense de la época socrática es un sujeto que se movía en la vida con unas cuantas verdades corrientes, heredadas, y los más difíciles enigmas del mundo y la existencia les resultaban claros y explicable: una creencia religiosa o sencillamente un proverbio, bastaban para que supiera lo que había que saber. Domina, por tanto, el ambiente una atmósfera de verdades religiosas tradicionales y oficialmente reconocidas.

Sócrates indica la necesidad de, sin abandonarla, mirar en la otra dirección, es decir, expresar respeto a la tradición y a la piedad. Lo paradójico del caso es que, en nombre de la piedad y de la tradición, se obligará beber la cicuta a un pensador que había sabido medir el peligro que el pensamiento racional traía consigo.

Para Emilio Durkheim la crisis se debe a la falta de autoridad moral en los individuos. Durkheim nunca abandono la convicción de que la sociedad occidental de su tiempo atravesaba una crisis grave, y de que, en el fondo, la crisis se debía a una relajación patológica de la autoridad moral sobre la vida de los individuos.

“El hombre que la educación debe plasmar dentro de nosotros, no es el hombre tal como la naturaleza lo ha creado, sino tal como la sociedad quiere” afirmación de Durkheim que rompe con la visión Kantiana que afirmaba que el creador había puesto al hombre en la tierra ya con una naturaleza preexistente y que el llegar al hombre ideal, que estaba capacitado para ser naturalmente, era problema de la educación, el instrumento diseñado por el hombre para llegar a la felicidad.

Darwin ya había anunciado en “El origen del hombre” que el proceso de civilización occidental estaba frenando el trabajo de la selección natural permitiendo que los individuos menos favorecidos, física y mentalmente, se reproduzcan indiscriminadamente perjudicando la descendencia de la especie humana.

De los hombres y mujeres de la antigua Grecia, de la época de Oro, del Renacimiento, de los que hasta el siglo pasado habían logrado hablar del progreso; hoy, la decadencia es parte de una inmoralidad; por perdidas de la verdad. Destaca el Talmud: “Desgraciada la generación cuyos jueces merecen ser juzgados”

No sobresalen los más hábiles intelectualmente para hacer el bien; sino los más perversos aglutinados en oscuros grupos, para hacer el mal, como doctrina de una raza que se niega a ser feliz.

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