martes, 31 de enero de 2012

NIÑOS DE LA CALLE CREAN REDES SOCIALES PARA SOBREVIVIR: UNAM



El Universal

Tienen entre 8 y 12 años de edad y pasan las mañanas, tardes o noches sorteando los coches en Miguel Ángel de Quevedo y Taxqueña. Venden chicles, cigarros y limpian parabrisas que les hace obtener de entre 150 y 250 por día, pero bajo ese sistema de valores, de solidaridad, que viven los niños de la calle, comparten esos ingresos con las madres adolescentes o los que no salen a trabajar, esa la clave de la sobrevivencia.
Integrando esa red social se defienden de conatos de agresión de automovilistas, policías, transeúntes, o ante otros riesgos, como enfrentarse a otros chavos que no les permiten trabajar en determinadas esquinas, o a "adultos viciosos" que se aprovechan de ellos.
A cambio de esa solidaridad los niños que abandonaron sus casas y familias reciben sentimientos de seguridad, afecto y protección que reduce o elimina la ansiedad surgida al estar separados de su hogar, señala Víctor Inzúa, antropólogo social e investigador de la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS).
El investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) afirma que para sobrevivir en la ciudad de México, los niños de la calle tienen que pertenecer a una red social de apoyo, pues posibilita su arraigo, identidad y obtención de satisfactores.
"También, es una alternativa para enfrentar la soledad, el frío y la inseguridad, y un recurso para satisfacer necesidades individuales y emocionales", dijo.
En la calle, que ejerce una atracción porque supone la evasión de la problemática familiar, los infantes adoptan un modo adulto de vida.
"Aprenden a sobrevivir por sí mismos, pero sin dejar de relacionarse con otras personas y el mundo; en este proceso, un elemento clave, ligado a la intemperie, es el trabajo. Algunos tienen que ocuparse para comer, sin embargo, lo que finalmente está debajo de este último y se puede tejer, es la red social".
"Formar parte de una de ellas no sólo les proporciona apoyo del grupo, de sus iguales, sino también los empuja a mostrar cierto compromiso con metas mayores que sus propias necesidades", indicó Inzúa.
En su estudio -que está en proceso-"Redes sociales como una forma de sobrevivencia en niños de la calle de la Ciudad de México", el investigador universitario examina los casos de siete niños que laboran entre las avenidas Miguel Ángel de Quevedo y Pacífico, en Coyoacán, y se dedican a limpiar parabrisas y/o venta de cigarros.
Otros 14 pequeños que viven entre Taxqueña y avenida Tlalpan, y se dedican a la mendicidad o comercio de chicles (algunos han desarrollado adicción a drogas).
Este grupo se caracteriza por lazos íntimos, cálidos, cargados de emociones, que se establecen entre todos sus miembros.
Sus ingresos oscilan entre los 150 y los 250 pesos, en promedio, por niño. Pero si a alguno le va mal (por ejemplo, no puede trabajar como limpiaparabrisas porque llueve), todos comparten lo obtenido, porque forman parte de una red de apoyo en la que se aceptan normas y valores.
"La confianza, la fraternidad y la solidaridad son elementos que les permiten enfrentarse a la vida. Hay un alto grado de solidaridad ante conatos de agresión de automovilistas, policías, transeúntes, o ante otros riesgos, como enfrentarse a otros chavos que no les permiten trabajar en determinadas esquinas, o a ‘adultos viciosos' que se aprovechan de ellos", señaló Inzúa.
Al integrarse, a partir de un profundo sentido de solidaridad, a una red social y organizarse, reciben de sus amigos un sentimiento de seguridad, afecto y protección, que reduce o elimina la ansiedad surgida como consecuencia de estar separados de su familia.
"El grado de cooperación entre ellos varía en función de la naturaleza de sus objetivos, de la urgencia de realizarlos y de la dificultad para alcanzarlos", comentó el investigador.